Descripción
Dicen que a las musas hay que llamarlas y excitarlas para que aleteen entre los mortales y a algunos les premien. Otras veces ellas van y vienen solitas y sale a la luz un Mozart un Lorca o un Cervantes Me parece que a mi amigo le han prestado su numen algo tarde pero le han premiado con una prosa de verbo fluido culto sin ser rebuscado echando mano incluso de locuciones o expresiones que están en la calle traídas aquí y allá con una gota de ironía y chispa graciosaPero no es este envoltorio literario lo destacable o lo que me llama la atención sino el contenido: él confiesa abiertamente que su única inten- ción y cuando digo única sé lo que digo (que no hay otra) es anunciar a Jesucristo. Sabe que pasado el dintel de los setenta años cumplidos la realidad de la vida se impone inexorablemente ( ) vista no como un ocaso que empieza a dejarnos a oscuras sino como un declive connatural del vigor que preludia un nuevo amanecer el camino del Cielo que es lo que evoca el título de este libro.A veces es polémico e inconformista con quienes se apoyan en su propio prestigio académico para pontificar sobre el bien y el mal y otras es acérrimo defensor de posiciones que ilustran por ejemplo el valor incalculable e indispensable de la iniciación cristiana por encima de una pastoral de sacramentos. Muchas veces los obispos echamos de menos cristianos de a pie que con alma vida y corazón den la cara con arrojo y valentía (la célebre «parresía» de los Hechos de los Apóstoles) después de haber caído muchas veces en la trampa urdida por los me- dios de comunicación para debatir un tema de trasfondo religioso-ético- moral y aprovechar la ocasión para asediar a algún incauto representante creyente y denigrar a la Iglesia. La Iglesia necesita también hoy de aque- llos intrépidos Padres Apologetas del cristianismo del siglo II.