Descripción
Es jueves y don Íñigo detiene su caballo ante nuestro convento, trepa los muros de calicanto, atraviesa el patio de los naranjos, recorre el claustro a grandes zancadas y se introduce en la celda de una de las novicias. Se trata de una niña de una hermosura tierna y felina, con una piel blanca que exhala un suave aroma a monda de manzana. Cuando la abadesa Violante es alertada, siente removérsele el corazón pero acude a la celda con mucho aplomo para esperar ante la puerta. Media hora después sale el marqués masticando pelos, abotonándose el cuello de la camisa. Durante unos instantes, la abadesa posa su mirada en él: es una mirada inmóvil que lo abarca de la cabeza a los pies.